El viento sopla constantemente en las pampas de Magallanes. Aunque a nivel del suelo pareciera que no hay viento, solo es cosa de elevarse un poco. La velocidad del viento será suficiente para mover molinos rápidamente y entregar su potencial en buena energía, limpia y natural. Las mediciones realizadas en la Patagonia chilena muestran cifras de 10 metros por segundo de viento como promedio anuales, a 50 metros de altura.
En Magallanes los vientos provienen mayormente desde el oeste, lo que asegura una provisión estable. La energía eólica es capturada por hélices construidas por una geometría aerodinámica –como la de las alas de un avión- e instaladas a 50 metros de altura o más. La fuerza del viento empuja las palas y hace girar el rotor del molino a velocidades lentas, haciendo bailar a estos esbeltos gigantes a un ritmo armonioso con el paisaje.
El generador eléctrico conectado al rotor transforma la energía del viento en electricidad limpia, que se puede inyectar a una red de transmisión. Así, en la red alimentada por centrales termoeléctricas a gas natural, la energía eólica podría reducir las emisiones de CO2 –uno de los gases responsables del Cambio Climático que afecta el planeta- desde 600 a unos 400 gramos por cada kilowatt-hora de electricidad generada.
En la Patagonia la energía del viento permite un Factor de Planta cercano al 50%, lo que significa que los molinos están girando casi la mitad de los días del año a su capacidad plena de producción eléctrica. Al compararlo con el magro rendimiento de las máquinas termodinámicas que emplean generadores convencionales a base de combustión –de 20 a 40%, máximo- se acentúa la importancia de buscar maneras en que el viento pueda hacer un aporte mayor; más aún, cuando se consideran sus externalidades negativas de contaminación ambiental.